Recientemente se ha constituido el SAE, un sindicato de arquitectos. La noticia no hace sino poner de manifiesto los problemas existentes en la práctica profesional de la arquitectura en España.
En el momento actual, el número de arquitectos es claramente superior a lo necesario. El modelo de estudio de arquitecto del siglo XX ha cambiado. Antes había un arquitecto y muchos delineantes, ahora hay arquitectos propietarios del negocio y arquitectos trabajadores que han sustituido a los delineantes.
Unos pueden pensar que es una realidad que los arquitectos en su etapa de estudiantes y en sus primeros años de profesión necesitan trabajar en estudios, están aprendiendo. El arquitecto, por su formación, desconoce los entresijos de la profesión y carece de experiencia en obra. Cuando sale a trabajar se encuentra que la profesión está copada y no queda ningún sitio disponible para nuevos intervinientes, salvo que sean capaces de hacerse sitio por su calidad, su planteamiento diferenciado, o por que tengan clientes por su propia capacidad relacional o la de su familia. En resumen, hay muchos jóvenes arquitectos y necesitan experiencia.
Otros, por contra, no quieren olvidar una importante cuestión: el arquitecto en ese momento de su vida tiene una alta capacidad para proyectar y aporta una frescura diferencial y vanguardista a los proyectos y a los concursos. Son magníficos colaboradores para los concursos. En resumen, ellos aportan valor y algunos se aprovechan de su talento.
Todo este análisis está bien, pero no debe desviarnos de lo fundamental: hacer vivir situaciones de precariedad laboral es un escándalo siempre, y no lo es menos en el caso de un profesional con carrera superior. Se mire como se mire. Y entiendo que haya una respuesta ante el abuso que, en muchos casos, se está produciendo. No digo que un sindicato no pueda ser una solución. Es cierto que sólo el hecho de su constitución ha generado el necesario debate. Pero también puede tener problemas, puede convertirse en un monstruo que sólo mira por sus intereses y los de sus liberados, dejando de lado la problemática del trabajador o puede terminar siendo una empresa de autoempleo. Y no olvidemos que un sindicato es algo que querrán controlar los políticos.
Muchos arquitectos arrastrados por una excesiva entrega a la diosa Arquitectura, pasan por encima de otros aspectos que son más importantes, en especial las Personas. Es una forma de actuar que roza el sectarismo, que ha sido predicada en las escuelas y que es peligrosa. Además ha generado y genera una legión de frustrados.
“Aprovecharse” de la vocación de los jóvenes arquitectos, de su entrega, de su capacidad de trabajo, no es el camino. Es una mala práctica cortoplacista de bajos vuelos. El resultado: importantes proyectos que se redactan con personas que no tienen la suficiente solvencia técnica, enormes desviaciones de presupuesto, mal ambiente laboral, elevada rotación de personal, y lo peor, muchos “juguetes rotos”, demasiado talento infrautilizado, inaceptable desperdicio de inteligencia.
Los trabajadores de un estudio de arquitectura, todos, deben y merecen ser tratados desde un buen gobierno.
Pero todo lo expuesto son aspectos parciales de un problema. Afirmo que éste que nos ocupa, es un problema de valores.
Muchos de los estudios en los que se producen estas malas prácticas, están concienciados con valores hoy muy de moda como la sostenibilidad medioambiental. La predican y la ofrecen como valor. Mientras que, curiosamente, no se preocupan de la sostenibilidad en todo lo que se refiere a las personas que trabajan con ellos. Estoy convencido que no responde a una falta de valores sino al desconocimiento… o a que no está penalizado.
Debería ser exigible una memoria de buenas prácticas en RRHH o dirección de personas, al igual que se hace de forma exhibicionista sobre asuntos medioambientales.
Los colegios de arquitectos serían un buen canal para fomentar de manera activa las buenas prácticas y condenar los abusos.
Las administraciones deberían exigir esta “sostenibilidad laboral” a la hora de convocar y fallar los concursos. Y ahí sí que duele. Sería conveniente que hubiera un sello de garantía.
Y a quienes han formado el sindicato, les deseo que la situación se solucione. Como esto no va ocurrir de un día para otro, les pido sentido común y que basen su actuación en valores respetables. Si me lo permiten, les sugiero que utilicen las redes sociales para denunciar a quienes llevan a cabo este tipo de políticas.
En los estudios de arquitectura debe potenciarse el talento, saber detectarlo, saber formarlo, saber retribuirlo y saber retenerlo. Sacar el máximo partido de nosotros mismos, de nuestros equipos, es el camino hacia un futuro sostenible. No se trata de pagar unos salarios elevados, sino de pagar una retribución justa y adecuada a la experiencia y valor aportado. Incentivar el talento, el trabajo, el esfuerzo y los resultados a corto, medio y largo plazo. Los que trabajan mal deben ser apartados. Para pagar por aprender existen fórmulas como el “stage” (curso intensivo de actualización y perfeccionamiento sobre una materia concreta) u otras herramientas válidas como son los periodos de prácticas. Fórmulas no faltan, pero tiene que haber un tratamiento profesional.
El ambiente de trabajo será mejor, mejorará la calidad del trabajo y el “estudio” (llamémosle así) ganará más dinero. Sencillo y claro. Las empresas importantes del mundo tienen claros estos conceptos. Gigantes como Google, Microsoft, Apple y también estudios de arquitectura como RHSP, Rogers, Stirck, Harbour & partners, cuidan a su masa gris como algo decisivo.
Tenemos ante nosotros una bifurcación. Una situación como la actual no es sostenible. Por un lado, podemos optar por la autorregulación. En el otro camino, nos vamos a encontrar convenios, discusiones salariales, trabajadores descontentos y explotados, huelgas, liberados y demás cuestiones poco interesantes.
Vamos hacia una sociedad donde la importancia de cada individuo residirá en su calidad como Persona y por lo tanto será una sociedad más igualitaria y cada vez habrá menos diferencias entre nosotros. Estamos en el siglo XXI. El feudalismo o la revolución industrial pertenecen al pasado.
Los arquitectos por formación somos profesionales vocacionales. Amamos a la Arquitectura, pero a veces olvidamos otras cuestiones importantes. Y en los tiempos que corren no debemos permitirnos ese lujo.